El Factor Climático Detrás de Nuestra Era de Clima Extremo

Joy

4 ago 2025

El Factor Climático Detrás de Nuestra Era de Clima Extremo
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El Factor Climático Detrás de Nuestra Era de Clima Extremo

Tabla de contenido

Introducción

En la última década, el mundo ha experimentado una sucesión de fenómenos meteorológicos extremos sin precedentes. Olas de calor abrasadoras, inundaciones devastadoras, sequías prolongadas e incendios forestales de gran magnitud se han vuelto cada vez más frecuentes en diversos continentes. Estos eventos no son incidentes aislados; por el contrario, reflejan tendencias climáticas subyacentes. Numerosos estudios científicos recientes indican que la intensidad y frecuencia de los eventos meteorológicos extremos han aumentado, en gran parte debido al calentamiento global antropogénico, combinado con la variabilidad natural del sistema climático. En efecto, los ocho años más cálidos en registro instrumental ocurrieron entre 2015 y 2022, periodos en los que la temperatura media global estuvo ~1,15 °C por encima de los niveles preindustriales. Esta elevación térmica, sumada a factores naturales como un evento El Niño excepcionalmente intenso en 2015-2016, contribuyó a marcar récords históricos de calor y precipitación en todo el planeta. Ante esta “era de clima extremo”, surgen interrogantes sobre sus causas fundamentales. En este artículo se analizan, con tono académico y fundamentación científica, los factores humanos y naturales que explican por qué los fenómenos extremos se han vuelto más frecuentes en los últimos diez años a nivel global.

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Tendencias recientes de eventos extremos

Numerosos indicadores respaldan la percepción de que entramos en una época de condiciones meteorológicas más extremas. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha documentado que, a lo largo de las últimas décadas, el número de desastres naturales reportados relacionados con el clima se ha multiplicado por cinco en comparación con hace medio siglo. Si bien parte de este aumento se debe a mejoras en la vigilancia y notificación, el cambio climático ha emergido como un impulsor clave de la mayor incidencia de eventos extremos. Los costos humanos y económicos han sido considerables: solo entre 2015 y 2022, episodios como olas de calor, sequías e inundaciones afectaron a millones de personas y causaron pérdidas de miles de millones de dólares. Por ejemplo, las mega-olas de calor registradas en Europa, Norteamérica y Asia en años recientes batieron récords de temperatura y duración, cobrándose vidas y poniendo a prueba la infraestructura pública. Del mismo modo, se observaron inundaciones históricas, como las que devastaron amplias zonas de Pakistán en 2022, vinculadas a lluvias monzónicas excepcionalmente intensas. Este incremento en eventos extremos observados coincide con la aceleración del calentamiento global: cada década desde 1980 ha sido más cálida que la anterior, creando condiciones propicias para extremos más frecuentes e intensos. La siguiente sección examina los factores antropogénicos que subyacen a estas tendencias.

Factores humanos detrás del clima extremo

El factor humano –principalmente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)– ha alterado el equilibrio climático de forma significativa en los últimos 150 años. La evidencia científica es contundente: el último Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, AR6, 2021) concluye que es un hecho establecido que las emisiones de GEI de origen antropogénico han provocado un aumento en la frecuencia e intensidad de algunos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos desde la era preindustrial. En particular, el calentamiento global resultante (≈1,1 °C por encima del nivel preindustrial) ha intensificado las olas de calor y las lluvias torrenciales en muchas regiones del mundo. Los registros muestran con virtual certeza un incremento en la frecuencia y duración de eventos de calor extremo a escala global, mientras que los episodios de frío extremo se han vuelto menos comunes. De hecho, algunos eventos recientes de calor extremos habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana alterando el clima.

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El mecanismo físico es claro: un aire más cálido retiene mayor humedad (aproximadamente un 7% más de vapor de agua por cada 1 °C de calentamiento), lo que potencia las precipitaciones intensas y tormentas más vigorosas. Este fenómeno ya se traduce en lluvias torrenciales más frecuentes; las observaciones confirman con alta confianza que la intensidad de las precipitaciones extremas ha aumentado en la mayoría de las regiones terrestres con buenos registros, especialmente en América del Norte, Europa y Asia. Al mismo tiempo, el calentamiento atmosférico y oceánico acrecienta la energía disponible para ciclones tropicales más potentes. Estudios recientes atribuyen al cambio climático un aumento en la proporción de huracanes de categoría 4–5 y en la frecuencia de su rápida intensificación (un proceso peligroso de aumento explosivo de vientos) durante las últimas cuatro décadas. Según el IPCC, ninguno de estos cambios en ciclones puede explicarse solo por la variabilidad natural del clima, lo que señala una clara señal antropogénica detrás de huracanes más devastadores.

Además de los GEI, otros factores asociados a la actividad humana contribuyen a agravar los extremos. La urbanización acelerada modifica los entornos locales de maneras que exacerban ciertos fenómenos. Un caso evidente es el de las ciudades que sufren el efecto isla de calor urbana: la proliferación de superficies de asfalto y hormigón, junto con la escasez de vegetación, eleva las temperaturas urbanas varios grados por encima de las zonas rurales cercanas. Este efecto agrava las olas de calor, especialmente incrementando las temperaturas mínimas nocturnas en las urbes. Como consecuencia, la población urbana global enfrenta una mayor exposición al calor peligroso. Un estudio publicado en PNAS halló que la exposición humana acumulada al calor extremo en ciudades (medida en persona-días) se triplicó entre 1983 y 2016, debido tanto al calentamiento global como al crecimiento demográfico urbano. Dicho de otro modo, cientos de millones de personas adicionales en áreas urbanas están experimentando hoy días de calor opresivo que antes eran poco comunes, con implicaciones graves para la salud pública y la productividad económica.

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Otros impactos antropogénicos incluyen los cambios en el uso de la tierra –como la deforestación y la degradación de suelos– que pueden intensificar sequías y olas de calor locales al reducir la evapotranspiración y la sombra vegetal. Asimismo, la emisión de aerosoles industriales y la contaminación atmosférica regional pueden modular los extremos: por ejemplo, la reducción de aerosoles contaminantes en Europa desde 1980 ha eliminado parte de su efecto refrigerante, contribuyendo a un aumento más rápido de las temperaturas y olas de calor en ese continente (efecto de cielo despejado). En general, la comunidad científica reconoce que el forzamiento climático antropogénico (principalmente por GEI) es el factor dominante detrás del aumento observado de extremos cálidos globales (virtually certain según IPCC). No obstante, este forzamiento interactúa con procesos regionales: por ejemplo, la sequedad de los suelos o la pérdida de nieve y hielo amplifican el calentamiento en ciertas zonas, mientras que la irrigación agrícola intensa o determinadas prácticas de gestión de la tierra pueden atenuar localmente las temperaturas extremas. En suma, la huella humana en el sistema climático ha desencadenado cambios sin precedentes en los patrones meteorológicos, creando un contexto propicio para extremos más frecuentes, persistentes y severos a escala global.

Factores naturales y variabilidad climática

Junto con la influencia humana, el sistema climático posee variabilidad natural interna que modula la ocurrencia de eventos extremos en escalas interanuales a decenales. Entre los factores naturales más destacados se encuentra el fenómeno de El Niño-Oscilación del Sur (ENSO), un ciclo oceánico-atmosférico en el Pacífico tropical que altera drásticamente los patrones climáticos globales. Durante episodios de El Niño, las aguas superficiales del Pacífico central y oriental se calientan anómalamente, liberando enorme energía hacia la atmósfera. Esto tiende a generar condiciones más cálidas a nivel mundial y puede traer sequías severas a regiones como Australia, el sudeste asiático o partes de América Central, a la vez que provoca lluvias torrenciales e inundaciones en otras zonas como la costa pacífica de Sudamérica o el Cuerno de África. En contraste, durante las fases frías de La Niña (el polo opuesto de ENSO), el Pacífico tropical se enfría y el clima global suele ser ligeramente más frío, con alteraciones opuestas en los regímenes de lluvia: por ejemplo, La Niña favorece precipitaciones intensas en Australia e Indonesia y sequedad en partes de América del Sur.

La última década ofrece ejemplos claros de cómo esta variabilidad natural puede acentuar o mitigar temporalmente las tendencias de fondo. El período 2015-2016 estuvo marcado por uno de los eventos El Niño más intensos registrados en al menos 145 años. Este El Niño extraordinario disparó temperaturas globales a máximos históricos (2016 fue el año más cálido registrado hasta ese momento) y desencadenó una cascada de extremos: incendios forestales masivos y emisiones inusuales de CO₂ en regiones tropicales secas, severas sequías en África austral y devastadoras lluvias en ciertas áreas de Asia y Sudamérica. Investigaciones del IPCC documentaron que el evento El Niño 2015-16 indujo precipitaciones extremas en lugares como Chennai (India) y la cuenca del Yangtzé (China), a la vez que contribuyó a sequías históricas en Etiopía y Brasil. Este episodio ilustra la capacidad de la variabilidad oceánica para catalizar multitudes de extremos en distintas partes del mundo. De manera opuesta, la presencia de una fase prolongada de La Niña desde finales de 2020 hasta 2022 tuvo un ligero efecto moderador en la temperatura global, ayudando a que 2021 y 2022 no superaran el récord de 2016. Aun así, cabe resaltar que incluso con tres años consecutivos de La Niña (un enfriamiento natural), 2015–2022 siguen siendo los años más cálidos en registro, evidenciando que el forzamiento de calentamiento antropogénico domina sobre las oscilaciones naturales en el largo plazo.

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Otros modos naturales de variabilidad también influyen en fenómenos extremos regionales. La Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO) –un ciclo de calentamiento y enfriamiento de las aguas superficiales del Atlántico Norte a escala de décadas– está asociada a cambios en la actividad de huracanes en el Atlántico. Desde mediados de los años 90, la fase cálida de la AMO ha coincidido con temporadas de huracanes más activas y de mayor intensidad que las observadas en las décadas previas, contribuyendo a eventos como los huracanes récord en el Caribe y Golfo de México en años recientes. Asimismo, la Oscilación Decadal del Pacífico (PDO) modula las condiciones en el Pacífico Norte y puede influir en la frecuencia de sequías en regiones como el oeste de Estados Unidos. Estos patrones de variabilidad no actúan de forma aislada; por el contrario, interactúan entre sí y con las tendencias de cambio climático. Por ejemplo, un océano Atlántico inusualmente cálido (ya sea por variabilidad natural o por calentamiento global) provee más energía y humedad para huracanes, elevando su potencial destructivo. Del mismo modo, eventos de El Niño en un mundo más cálido pueden tener impactos más severos que en el pasado, ya que la atmósfera “sobrecargada” de calor y vapor intensifica las anomalías. El IPCC destaca que el calentamiento de fondo debido a GEI exacerba significativamente los extremos vinculados a fenómenos como El Niño, incluso bajo condiciones de El Niño de intensidad moderada. En síntesis, la variabilidad natural (ciclos oceánicos, fluctuaciones solares menores, erupciones volcánicas ocasionales) puede determinar cuándo y dónde ocurren ciertos eventos extremos, pero es el cambio climático antropogénico el que está inclinando la balanza para que estos eventos sean más frecuentes, intensos y extensos de lo que serían en un clima estable.

Modelos climáticos y predicciones futuras

Para discernir el futuro de los extremos meteorológicos, los científicos recurren a modelos climáticos avanzados, los cuales simulan la respuesta del sistema Tierra a distintos escenarios de emisiones. Las proyecciones coinciden en un mensaje central: si las emisiones de GEI continúan elevando la temperatura global, la frecuencia e intensidad de los eventos extremos seguirá aumentando en todo el planeta. Incluso en un escenario de calentamiento moderado, los extremos futuros superarán a los actuales. Por ejemplo, modelizaciones evaluadas por el IPCC indican que, aunque se lograse estabilizar el calentamiento en +1,5 °C (el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París), ciertas manifestaciones extremas continuarían intensificándose respecto al presente. Sin embargo, cada fracción de grado adicional empeora sustancialmente la situación: a +2 °C de calentamiento, el incremento en la intensidad de eventos extremos de temperatura podría duplicar al observado bajo +1,5 °C, y a +3 °C cuadruplicarlo. En términos prácticos, episodios de calor, sequía o lluvia que hoy se consideran muy raros (con periodos de retorno de varias décadas) pasarían a ocurrir con una frecuencia de pocos años en un mundo con 2-3 °C más que el nivel preindustrial. Por ejemplo, las simulaciones muestran que eventos de calor que históricamente se esperaban una vez cada 50 años podrían ocurrir cada 5 ó 10 años bajo un calentamiento de 2 °C, poniendo al límite la capacidad de adaptación de la sociedad.


Los modelos climáticos actuales incorporan tanto los forzamientos humanos (GEI, aerosoles, uso de suelo) como la variabilidad natural, y logran reproducir en buena medida las tendencias de extremos ya observadas, lo que refuerza la confianza en sus predicciones. En particular, los modelos de última generación (CMIP6) capturan correctamente la distribución espacial de las precipitaciones extremas y el aumento de las temperaturas extremas en la mayor parte de las regiones. Estas herramientas proyectan con alta confianza un aumento continuo de olas de calor más intensas y prolongadas en prácticamente todas las regiones habitadas conforme suba la temperatura media global. Del mismo modo, predicen lluvias torrenciales más intensas: físicamente, una atmósfera más cálida y húmeda descargará aguaceros más copiosos, elevando el riesgo de inundaciones repentinas y crecidas de ríos. Incluso en zonas donde el total anual de lluvia pueda disminuir (por ejemplo, cuencas mediterráneas), se espera que una mayor proporción de la precipitación ocurra en eventos extremos breves, alternando con periodos secos más largos – un patrón de extremos hídricos que agrava tanto inundaciones como sequías.


Otro ámbito de intensa investigación es la posible influencia del calentamiento en la circulación atmosférica y la persistencia de ciertos patrones climáticos. Algunos estudios sugieren que el rápido calentamiento del Ártico está reduciendo el gradiente térmico norte-sur, lo que podría hacer más ondulada y lenta la corriente en chorro (jet stream) en el hemisferio norte. Esto, a su vez, puede provocar bloqueos atmosféricos más duraderos – sistemas de alta o baja presión casi estacionarios – asociados a olas de calor y eventos de lluvia persistente. Aunque existe debate científico en torno a estos mecanismos, los modelos indican en general una mayor probabilidad de eventos compuestos, es decir, combinaciones simultáneas de extremos que se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, olas de calor y sequía concurrentes serán más probables en la mayor parte de las tierras emergidas a medida que avance el siglo, lo cual aumenta el riesgo de incendios forestales catastróficos. De hecho, se ha observado ya un incremento en la co-ocurrencia de calor extremo, aridez e incendios: el año 2021 presenció incendios gigantes alimentados por temperaturas récord y sequedad (el incendio Dixie en California arrasó ~390.000 hectáreas, la mayor área jamás queimada en ese estado). Los escenarios climáticos advierten que, sin mitigación, tales combinaciones de eventos podrían volverse comunes en muchas regiones.


En resumen, las predicciones de múltiples centros de investigación y del propio IPCC señalan un futuro donde, bajo trayectorias de altas emisiones, la humanidad enfrentaría una intensificación generalizada de los riesgos climáticos: más olas de calor mortales, lluvias extremas más frecuentes, huracanes más intensos y subidas del nivel del mar que exacerban tormentas e inundaciones costeras. Por el contrario, si se implementan reducciones drásticas de emisiones que limiten el calentamiento a niveles cercanos a 1,5–2 °C, se podría evitar parte de estos aumentos en la extrema severidad del clima. Incluso en ese escenario más benigno, no obstante, será necesario adaptarse a un clima ya cambiado respecto al siglo XX, con extremos más duros que los conocidos por las generaciones pasadas.

Respuestas institucionales y políticas recientes

El creciente reconocimiento de que nos encontramos en una era de clima extremo ha impulsado respuestas en el ámbito político e institucional durante los últimos años. En 2015, la comunidad internacional adoptó el Acuerdo de París, un pacto histórico bajo la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, con el objetivo de limitar el calentamiento global muy por debajo de 2 °C (idealmente 1,5 °C) respecto a niveles preindustriales. Este esfuerzo de mitigación busca reducir la acumulación de GEI en la atmósfera y, con ello, frenar la tendencia al alza de eventos extremos en las próximas décadas. Desde entonces, numerosos países han establecido compromisos de neutralidad de carbono a medio siglo y han fortalecido sus políticas de energía renovable y eficiencia energética para cumplir con las metas climáticas. Si bien las promesas aún superan a las acciones efectivas en muchos casos, estas iniciativas señalan un reconocimiento institucional de la necesidad de estabilizar el clima para contener los fenómenos extremos más peligrosos.


En paralelo con la mitigación, se ha dado mayor énfasis a las políticas de adaptación y gestión del riesgo. Organismos internacionales como la OMM y la Oficina de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) promueven la mejora de los sistemas de alerta temprana, la planificación urbana resiliente y la preparación comunitaria ante desastres. En 2022, el Día Meteorológico Mundial resaltó el tema de “alerta temprana y acción temprana”, subrayando la urgencia de anticipar eventos extremos crecientes y responder con prontitud. De hecho, la OMM reporta que, aunque el número de desastres relacionados con el clima se quintuplicó en los últimos 50 años, el número de muertes por dichos eventos se redujo a cerca de una tercera parte en el mismo periodo gracias a la mejora de pronósticos, alertas y planes de emergencia. Sobre esta base, la ONU lanzó en 2022 la iniciativa “Alertas Tempranas para Todos” con la meta de que en 2027 todas las poblaciones del planeta estén cubiertas por sistemas robustos de alerta meteorológica. Este esfuerzo implica fortalecer la observación terrestre, la modelización del clima local y la difusión efectiva de avisos a comunidades vulnerables.


A nivel nacional y regional, cada vez más gobiernos están desarrollando estrategias de adaptación al clima extremo. Por ejemplo, varias ciudades han implementado planes contra olas de calor (creación de refugios climáticos, sistemas de aviso para poblaciones de riesgo y expansión de áreas verdes urbanas) tras las trágicas olas de calor europeas de 2003 y 2022. En áreas propensas a inundaciones se han mejorado las infraestructuras hidráulicas, como diques y drenajes urbanos, y se están restaurando humedales como amortiguadores naturales. Sectores como la agricultura y la gestión hídrica también están incorporando proyecciones climáticas en su planificación, adoptando cultivos más resistentes a sequías o rediseñando embalses para manejar avenidas más extremas. Adicionalmente, mecanismos financieros innovadores –como seguros paramétricos ante desastres climáticos y fondos de respuesta rápida– han sido promovidos por instituciones como el Banco Mundial para ayudar a países en desarrollo a recuperarse de eventos extremos.


En el ámbito científico y técnico, las respuestas incluyen el desarrollo de herramientas de atribución climática rápida, que permiten evaluar cuánta proporción de un evento extremo específico se debe al cambio climático. Estos estudios han jugado un papel importante en la comunicación pública y la motivación política, al dejar claro que eventos antes considerados “casos fortuitos” (como una ola de calor sin precedentes) ahora llevan la huella inconfundible del calentamiento global. También se han potenciado programas de investigación y cooperación internacional –como el Programa Mundial de Investigaciones Climáticas (WCRP)– enfocados en entender mejor los extremos y mejorar las proyecciones regionales, de modo que las sociedades puedan prepararse con mayor precisión.


En suma, la última década ha visto un reforzamiento de la gobernanza climática orientada tanto a mitigar las causas del cambio climático como a manejar sus síntomas en forma de eventos extremos. Aun así, los desafíos permanecen: las políticas actuales todavía nos encaminarían a un calentamiento superior a 2,5–3 °C este siglo, un escenario que implicaría extremos climáticos mucho más severos de los ya observados. La implementación urgente y ambiciosa de las medidas acordadas, junto con la continua innovación en adaptación, determinarán si la humanidad logra frenar el factor climático detrás de esta era de extremos, o si por el contrario deberá enfrentar impactos aún más peligrosos y disruptivos en el futuro próximo.

Conclusiones

La creciente frecuencia y severidad de los fenómenos meteorológicos extremos en los últimos diez años es el resultado de la combinación de factores climáticos antropogénicos y naturales. Por un lado, la influencia humana –principalmente a través de las emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento global resultante y cambios en el uso del suelo– ha creado un entorno climático más propenso a extremos. Es un hecho científicamente establecido que la actividad humana ha incrementado la probabilidad de eventos como olas de calor intensas, lluvias extremas, huracanes de gran intensidad y sequías prolongadas. Por otro lado, la variabilidad natural del sistema, incluyendo ciclos oceánicos como El Niño/La Niña y otras oscilaciones decenales, modula la ocurrencia de extremos en el corto plazo, a veces amplificándolos marcadamente (como ocurrió en 2015-2016) o atenuándolos temporalmente (como en 2021-2022). Sin embargo, las tendencias de largo plazo muestran que el efecto acumulativo de la actividad humana está superponiéndose a la variabilidad natural, inclinando el balance hacia un clima más extremo en conjunto.


Los datos observacionales de las últimas décadas, respaldados por la comprensión física y las simulaciones de modelos, presentan un panorama coherente: un planeta más cálido en ~1 °C ya manifiesta un aumento notable en extremos meteorológicos, y cada décima de grado adicional probablemente exacerbará estos cambios. Ante esta realidad, la humanidad se encuentra en una encrucijada. La respuesta global en los próximos años –en términos de reducción de emisiones, adaptación e inversión en resiliencia– determinará la gravedad de los extremos que afrontaremos en el futuro. Limitar el calentamiento cercano a 1,5 °C podría evitar los escenarios más catastróficos, reduciendo significativamente el número de personas expuestas regularmente a condiciones climáticas extremas. En cambio, seguir con tendencias emisoras elevadas podría llevarnos a niveles de calor, precipitación y eventos extremos inéditos en milenios de civilización humana.


En conclusión, el factor climático detrás de nuestra era de clima extremo es, en esencia, un síntoma del desequilibrio energético inducido por el hombre, amplificado ocasionalmente por la naturaleza. Esta era desafiante exige fortalecer la base científica, la cooperación internacional y la voluntad política para abordar sus causas profundas y preparar a las sociedades para un rango mayor de extremos. Solo mediante acciones informadas y decididas será posible frenar la escalada de eventos extremos y salvaguardar la estabilidad climática para las generaciones presentes y futuras.

Tendencias recientes de eventos extremos

Numerosos indicadores respaldan la percepción de que entramos en una época de condiciones meteorológicas más extremas. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha documentado que, a lo largo de las últimas décadas, el número de desastres naturales reportados relacionados con el clima se ha multiplicado por cinco en comparación con hace medio siglo. Si bien parte de este aumento se debe a mejoras en la vigilancia y notificación, el cambio climático ha emergido como un impulsor clave de la mayor incidencia de eventos extremos. Los costos humanos y económicos han sido considerables: solo entre 2015 y 2022, episodios como olas de calor, sequías e inundaciones afectaron a millones de personas y causaron pérdidas de miles de millones de dólares. Por ejemplo, las mega-olas de calor registradas en Europa, Norteamérica y Asia en años recientes batieron récords de temperatura y duración, cobrándose vidas y poniendo a prueba la infraestructura pública. Del mismo modo, se observaron inundaciones históricas, como las que devastaron amplias zonas de Pakistán en 2022, vinculadas a lluvias monzónicas excepcionalmente intensas. Este incremento en eventos extremos observados coincide con la aceleración del calentamiento global: cada década desde 1980 ha sido más cálida que la anterior, creando condiciones propicias para extremos más frecuentes e intensos. La siguiente sección examina los factores antropogénicos que subyacen a estas tendencias.

Factores humanos detrás del clima extremo

El factor humano –principalmente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)– ha alterado el equilibrio climático de forma significativa en los últimos 150 años. La evidencia científica es contundente: el último Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, AR6, 2021) concluye que es un hecho establecido que las emisiones de GEI de origen antropogénico han provocado un aumento en la frecuencia e intensidad de algunos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos desde la era preindustrial. En particular, el calentamiento global resultante (≈1,1 °C por encima del nivel preindustrial) ha intensificado las olas de calor y las lluvias torrenciales en muchas regiones del mundo. Los registros muestran con virtual certeza un incremento en la frecuencia y duración de eventos de calor extremo a escala global, mientras que los episodios de frío extremo se han vuelto menos comunes. De hecho, algunos eventos recientes de calor extremos habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana alterando el clima.


El mecanismo físico es claro: un aire más cálido retiene mayor humedad (aproximadamente un 7% más de vapor de agua por cada 1 °C de calentamiento), lo que potencia las precipitaciones intensas y tormentas más vigorosas. Este fenómeno ya se traduce en lluvias torrenciales más frecuentes; las observaciones confirman con alta confianza que la intensidad de las precipitaciones extremas ha aumentado en la mayoría de las regiones terrestres con buenos registros, especialmente en América del Norte, Europa y Asia. Al mismo tiempo, el calentamiento atmosférico y oceánico acrecienta la energía disponible para ciclones tropicales más potentes. Estudios recientes atribuyen al cambio climático un aumento en la proporción de huracanes de categoría 4–5 y en la frecuencia de su rápida intensificación (un proceso peligroso de aumento explosivo de vientos) durante las últimas cuatro décadas. Según el IPCC, ninguno de estos cambios en ciclones puede explicarse solo por la variabilidad natural del clima, lo que señala una clara señal antropogénica detrás de huracanes más devastadores.


Además de los GEI, otros factores asociados a la actividad humana contribuyen a agravar los extremos. La urbanización acelerada modifica los entornos locales de maneras que exacerban ciertos fenómenos. Un caso evidente es el de las ciudades que sufren el efecto isla de calor urbana: la proliferación de superficies de asfalto y hormigón, junto con la escasez de vegetación, eleva las temperaturas urbanas varios grados por encima de las zonas rurales cercanas. Este efecto agrava las olas de calor, especialmente incrementando las temperaturas mínimas nocturnas en las urbes. Como consecuencia, la población urbana global enfrenta una mayor exposición al calor peligroso. Un estudio publicado en PNAS halló que la exposición humana acumulada al calor extremo en ciudades (medida en persona-días) se triplicó entre 1983 y 2016, debido tanto al calentamiento global como al crecimiento demográfico urbano. Dicho de otro modo, cientos de millones de personas adicionales en áreas urbanas están experimentando hoy días de calor opresivo que antes eran poco comunes, con implicaciones graves para la salud pública y la productividad económica.


Otros impactos antropogénicos incluyen los cambios en el uso de la tierra –como la deforestación y la degradación de suelos– que pueden intensificar sequías y olas de calor locales al reducir la evapotranspiración y la sombra vegetal. Asimismo, la emisión de aerosoles industriales y la contaminación atmosférica regional pueden modular los extremos: por ejemplo, la reducción de aerosoles contaminantes en Europa desde 1980 ha eliminado parte de su efecto refrigerante, contribuyendo a un aumento más rápido de las temperaturas y olas de calor en ese continente (efecto de cielo despejado). En general, la comunidad científica reconoce que el forzamiento climático antropogénico (principalmente por GEI) es el factor dominante detrás del aumento observado de extremos cálidos globales (virtually certain según IPCC). No obstante, este forzamiento interactúa con procesos regionales: por ejemplo, la sequedad de los suelos o la pérdida de nieve y hielo amplifican el calentamiento en ciertas zonas, mientras que la irrigación agrícola intensa o determinadas prácticas de gestión de la tierra pueden atenuar localmente las temperaturas extremas. En suma, la huella humana en el sistema climático ha desencadenado cambios sin precedentes en los patrones meteorológicos, creando un contexto propicio para extremos más frecuentes, persistentes y severos a escala global.

Factores naturales y variabilidad climática

Junto con la influencia humana, el sistema climático posee variabilidad natural interna que modula la ocurrencia de eventos extremos en escalas interanuales a decenales. Entre los factores naturales más destacados se encuentra el fenómeno de El Niño-Oscilación del Sur (ENSO), un ciclo oceánico-atmosférico en el Pacífico tropical que altera drásticamente los patrones climáticos globales. Durante episodios de El Niño, las aguas superficiales del Pacífico central y oriental se calientan anómalamente, liberando enorme energía hacia la atmósfera. Esto tiende a generar condiciones más cálidas a nivel mundial y puede traer sequías severas a regiones como Australia, el sudeste asiático o partes de América Central, a la vez que provoca lluvias torrenciales e inundaciones en otras zonas como la costa pacífica de Sudamérica o el Cuerno de África. En contraste, durante las fases frías de La Niña (el polo opuesto de ENSO), el Pacífico tropical se enfría y el clima global suele ser ligeramente más frío, con alteraciones opuestas en los regímenes de lluvia: por ejemplo, La Niña favorece precipitaciones intensas en Australia e Indonesia y sequedad en partes de América del Sur.


La última década ofrece ejemplos claros de cómo esta variabilidad natural puede acentuar o mitigar temporalmente las tendencias de fondo. El período 2015-2016 estuvo marcado por uno de los eventos El Niño más intensos registrados en al menos 145 años. Este El Niño extraordinario disparó temperaturas globales a máximos históricos (2016 fue el año más cálido registrado hasta ese momento) y desencadenó una cascada de extremos: incendios forestales masivos y emisiones inusuales de CO₂ en regiones tropicales secas, severas sequías en África austral y devastadoras lluvias en ciertas áreas de Asia y Sudamérica. Investigaciones del IPCC documentaron que el evento El Niño 2015-16 indujo precipitaciones extremas en lugares como Chennai (India) y la cuenca del Yangtzé (China), a la vez que contribuyó a sequías históricas en Etiopía y Brasil. Este episodio ilustra la capacidad de la variabilidad oceánica para catalizar multitudes de extremos en distintas partes del mundo. De manera opuesta, la presencia de una fase prolongada de La Niña desde finales de 2020 hasta 2022 tuvo un ligero efecto moderador en la temperatura global, ayudando a que 2021 y 2022 no superaran el récord de 2016. Aun así, cabe resaltar que incluso con tres años consecutivos de La Niña (un enfriamiento natural), 2015–2022 siguen siendo los años más cálidos en registro, evidenciando que el forzamiento de calentamiento antropogénico domina sobre las oscilaciones naturales en el largo plazo.


Otros modos naturales de variabilidad también influyen en fenómenos extremos regionales. La Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO) –un ciclo de calentamiento y enfriamiento de las aguas superficiales del Atlántico Norte a escala de décadas– está asociada a cambios en la actividad de huracanes en el Atlántico. Desde mediados de los años 90, la fase cálida de la AMO ha coincidido con temporadas de huracanes más activas y de mayor intensidad que las observadas en las décadas previas, contribuyendo a eventos como los huracanes récord en el Caribe y Golfo de México en años recientes. Asimismo, la Oscilación Decadal del Pacífico (PDO) modula las condiciones en el Pacífico Norte y puede influir en la frecuencia de sequías en regiones como el oeste de Estados Unidos. Estos patrones de variabilidad no actúan de forma aislada; por el contrario, interactúan entre sí y con las tendencias de cambio climático. Por ejemplo, un océano Atlántico inusualmente cálido (ya sea por variabilidad natural o por calentamiento global) provee más energía y humedad para huracanes, elevando su potencial destructivo. Del mismo modo, eventos de El Niño en un mundo más cálido pueden tener impactos más severos que en el pasado, ya que la atmósfera “sobrecargada” de calor y vapor intensifica las anomalías. El IPCC destaca que el calentamiento de fondo debido a GEI exacerba significativamente los extremos vinculados a fenómenos como El Niño, incluso bajo condiciones de El Niño de intensidad moderada. En síntesis, la variabilidad natural (ciclos oceánicos, fluctuaciones solares menores, erupciones volcánicas ocasionales) puede determinar cuándo y dónde ocurren ciertos eventos extremos, pero es el cambio climático antropogénico el que está inclinando la balanza para que estos eventos sean más frecuentes, intensos y extensos de lo que serían en un clima estable.

Modelos climáticos y predicciones futuras

Para discernir el futuro de los extremos meteorológicos, los científicos recurren a modelos climáticos avanzados, los cuales simulan la respuesta del sistema Tierra a distintos escenarios de emisiones. Las proyecciones coinciden en un mensaje central: si las emisiones de GEI continúan elevando la temperatura global, la frecuencia e intensidad de los eventos extremos seguirá aumentando en todo el planeta. Incluso en un escenario de calentamiento moderado, los extremos futuros superarán a los actuales. Por ejemplo, modelizaciones evaluadas por el IPCC indican que, aunque se lograse estabilizar el calentamiento en +1,5 °C (el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París), ciertas manifestaciones extremas continuarían intensificándose respecto al presente. Sin embargo, cada fracción de grado adicional empeora sustancialmente la situación: a +2 °C de calentamiento, el incremento en la intensidad de eventos extremos de temperatura podría duplicar al observado bajo +1,5 °C, y a +3 °C cuadruplicarlo. En términos prácticos, episodios de calor, sequía o lluvia que hoy se consideran muy raros (con periodos de retorno de varias décadas) pasarían a ocurrir con una frecuencia de pocos años en un mundo con 2-3 °C más que el nivel preindustrial. Por ejemplo, las simulaciones muestran que eventos de calor que históricamente se esperaban una vez cada 50 años podrían ocurrir cada 5 ó 10 años bajo un calentamiento de 2 °C, poniendo al límite la capacidad de adaptación de la sociedad.


Los modelos climáticos actuales incorporan tanto los forzamientos humanos (GEI, aerosoles, uso de suelo) como la variabilidad natural, y logran reproducir en buena medida las tendencias de extremos ya observadas, lo que refuerza la confianza en sus predicciones. En particular, los modelos de última generación (CMIP6) capturan correctamente la distribución espacial de las precipitaciones extremas y el aumento de las temperaturas extremas en la mayor parte de las regiones. Estas herramientas proyectan con alta confianza un aumento continuo de olas de calor más intensas y prolongadas en prácticamente todas las regiones habitadas conforme suba la temperatura media global. Del mismo modo, predicen lluvias torrenciales más intensas: físicamente, una atmósfera más cálida y húmeda descargará aguaceros más copiosos, elevando el riesgo de inundaciones repentinas y crecidas de ríos. Incluso en zonas donde el total anual de lluvia pueda disminuir (por ejemplo, cuencas mediterráneas), se espera que una mayor proporción de la precipitación ocurra en eventos extremos breves, alternando con periodos secos más largos – un patrón de extremos hídricos que agrava tanto inundaciones como sequías.


Otro ámbito de intensa investigación es la posible influencia del calentamiento en la circulación atmosférica y la persistencia de ciertos patrones climáticos. Algunos estudios sugieren que el rápido calentamiento del Ártico está reduciendo el gradiente térmico norte-sur, lo que podría hacer más ondulada y lenta la corriente en chorro (jet stream) en el hemisferio norte. Esto, a su vez, puede provocar bloqueos atmosféricos más duraderos – sistemas de alta o baja presión casi estacionarios – asociados a olas de calor y eventos de lluvia persistente. Aunque existe debate científico en torno a estos mecanismos, los modelos indican en general una mayor probabilidad de eventos compuestos, es decir, combinaciones simultáneas de extremos que se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, olas de calor y sequía concurrentes serán más probables en la mayor parte de las tierras emergidas a medida que avance el siglo, lo cual aumenta el riesgo de incendios forestales catastróficos. De hecho, se ha observado ya un incremento en la co-ocurrencia de calor extremo, aridez e incendios: el año 2021 presenció incendios gigantes alimentados por temperaturas récord y sequedad (el incendio Dixie en California arrasó ~390.000 hectáreas, la mayor área jamás queimada en ese estado). Los escenarios climáticos advierten que, sin mitigación, tales combinaciones de eventos podrían volverse comunes en muchas regiones.


En resumen, las predicciones de múltiples centros de investigación y del propio IPCC señalan un futuro donde, bajo trayectorias de altas emisiones, la humanidad enfrentaría una intensificación generalizada de los riesgos climáticos: más olas de calor mortales, lluvias extremas más frecuentes, huracanes más intensos y subidas del nivel del mar que exacerban tormentas e inundaciones costeras. Por el contrario, si se implementan reducciones drásticas de emisiones que limiten el calentamiento a niveles cercanos a 1,5–2 °C, se podría evitar parte de estos aumentos en la extrema severidad del clima. Incluso en ese escenario más benigno, no obstante, será necesario adaptarse a un clima ya cambiado respecto al siglo XX, con extremos más duros que los conocidos por las generaciones pasadas.

Respuestas institucionales y políticas recientes

El creciente reconocimiento de que nos encontramos en una era de clima extremo ha impulsado respuestas en el ámbito político e institucional durante los últimos años. En 2015, la comunidad internacional adoptó el Acuerdo de París, un pacto histórico bajo la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, con el objetivo de limitar el calentamiento global muy por debajo de 2 °C (idealmente 1,5 °C) respecto a niveles preindustriales. Este esfuerzo de mitigación busca reducir la acumulación de GEI en la atmósfera y, con ello, frenar la tendencia al alza de eventos extremos en las próximas décadas. Desde entonces, numerosos países han establecido compromisos de neutralidad de carbono a medio siglo y han fortalecido sus políticas de energía renovable y eficiencia energética para cumplir con las metas climáticas. Si bien las promesas aún superan a las acciones efectivas en muchos casos, estas iniciativas señalan un reconocimiento institucional de la necesidad de estabilizar el clima para contener los fenómenos extremos más peligrosos.


En paralelo con la mitigación, se ha dado mayor énfasis a las políticas de adaptación y gestión del riesgo. Organismos internacionales como la OMM y la Oficina de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) promueven la mejora de los sistemas de alerta temprana, la planificación urbana resiliente y la preparación comunitaria ante desastres. En 2022, el Día Meteorológico Mundial resaltó el tema de “alerta temprana y acción temprana”, subrayando la urgencia de anticipar eventos extremos crecientes y responder con prontitud. De hecho, la OMM reporta que, aunque el número de desastres relacionados con el clima se quintuplicó en los últimos 50 años, el número de muertes por dichos eventos se redujo a cerca de una tercera parte en el mismo periodo gracias a la mejora de pronósticos, alertas y planes de emergencia. Sobre esta base, la ONU lanzó en 2022 la iniciativa “Alertas Tempranas para Todos” con la meta de que en 2027 todas las poblaciones del planeta estén cubiertas por sistemas robustos de alerta meteorológica. Este esfuerzo implica fortalecer la observación terrestre, la modelización del clima local y la difusión efectiva de avisos a comunidades vulnerables.


A nivel nacional y regional, cada vez más gobiernos están desarrollando estrategias de adaptación al clima extremo. Por ejemplo, varias ciudades han implementado planes contra olas de calor (creación de refugios climáticos, sistemas de aviso para poblaciones de riesgo y expansión de áreas verdes urbanas) tras las trágicas olas de calor europeas de 2003 y 2022. En áreas propensas a inundaciones se han mejorado las infraestructuras hidráulicas, como diques y drenajes urbanos, y se están restaurando humedales como amortiguadores naturales. Sectores como la agricultura y la gestión hídrica también están incorporando proyecciones climáticas en su planificación, adoptando cultivos más resistentes a sequías o rediseñando embalses para manejar avenidas más extremas. Adicionalmente, mecanismos financieros innovadores –como seguros paramétricos ante desastres climáticos y fondos de respuesta rápida– han sido promovidos por instituciones como el Banco Mundial para ayudar a países en desarrollo a recuperarse de eventos extremos.


En el ámbito científico y técnico, las respuestas incluyen el desarrollo de herramientas de atribución climática rápida, que permiten evaluar cuánta proporción de un evento extremo específico se debe al cambio climático. Estos estudios han jugado un papel importante en la comunicación pública y la motivación política, al dejar claro que eventos antes considerados “casos fortuitos” (como una ola de calor sin precedentes) ahora llevan la huella inconfundible del calentamiento global. También se han potenciado programas de investigación y cooperación internacional –como el Programa Mundial de Investigaciones Climáticas (WCRP)– enfocados en entender mejor los extremos y mejorar las proyecciones regionales, de modo que las sociedades puedan prepararse con mayor precisión.


En suma, la última década ha visto un reforzamiento de la gobernanza climática orientada tanto a mitigar las causas del cambio climático como a manejar sus síntomas en forma de eventos extremos. Aun así, los desafíos permanecen: las políticas actuales todavía nos encaminarían a un calentamiento superior a 2,5–3 °C este siglo, un escenario que implicaría extremos climáticos mucho más severos de los ya observados. La implementación urgente y ambiciosa de las medidas acordadas, junto con la continua innovación en adaptación, determinarán si la humanidad logra frenar el factor climático detrás de esta era de extremos, o si por el contrario deberá enfrentar impactos aún más peligrosos y disruptivos en el futuro próximo.

Conclusiones

La creciente frecuencia y severidad de los fenómenos meteorológicos extremos en los últimos diez años es el resultado de la combinación de factores climáticos antropogénicos y naturales. Por un lado, la influencia humana –principalmente a través de las emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento global resultante y cambios en el uso del suelo– ha creado un entorno climático más propenso a extremos. Es un hecho científicamente establecido que la actividad humana ha incrementado la probabilidad de eventos como olas de calor intensas, lluvias extremas, huracanes de gran intensidad y sequías prolongadas. Por otro lado, la variabilidad natural del sistema, incluyendo ciclos oceánicos como El Niño/La Niña y otras oscilaciones decenales, modula la ocurrencia de extremos en el corto plazo, a veces amplificándolos marcadamente (como ocurrió en 2015-2016) o atenuándolos temporalmente (como en 2021-2022). Sin embargo, las tendencias de largo plazo muestran que el efecto acumulativo de la actividad humana está superponiéndose a la variabilidad natural, inclinando el balance hacia un clima más extremo en conjunto.


Los datos observacionales de las últimas décadas, respaldados por la comprensión física y las simulaciones de modelos, presentan un panorama coherente: un planeta más cálido en ~1 °C ya manifiesta un aumento notable en extremos meteorológicos, y cada décima de grado adicional probablemente exacerbará estos cambios. Ante esta realidad, la humanidad se encuentra en una encrucijada. La respuesta global en los próximos años –en términos de reducción de emisiones, adaptación e inversión en resiliencia– determinará la gravedad de los extremos que afrontaremos en el futuro. Limitar el calentamiento cercano a 1,5 °C podría evitar los escenarios más catastróficos, reduciendo significativamente el número de personas expuestas regularmente a condiciones climáticas extremas. En cambio, seguir con tendencias emisoras elevadas podría llevarnos a niveles de calor, precipitación y eventos extremos inéditos en milenios de civilización humana.


En conclusión, el factor climático detrás de nuestra era de clima extremo es, en esencia, un síntoma del desequilibrio energético inducido por el hombre, amplificado ocasionalmente por la naturaleza. Esta era desafiante exige fortalecer la base científica, la cooperación internacional y la voluntad política para abordar sus causas profundas y preparar a las sociedades para un rango mayor de extremos. Solo mediante acciones informadas y decididas será posible frenar la escalada de eventos extremos y salvaguardar la estabilidad climática para las generaciones presentes y futuras.